Alain no era un niño normal. Tenía unos ojos azabache y una mirada que dibujaba pensamientos en el aire. Alain no jugaba con muñecos ni montaba en bicicleta y mucho menos jugaba al futbol.
Aquel niño de ojos profundos, observaba todo con gran atención. Hasta el más leve murmurar de un pajarillo era para él, algo que observar y analizar. Su madre lo llevaba al parque para jugar pero él se quedaba sentadito a su lado y miraba a su alrededor con gran atención.
Entre el griterío de los niños y el murmullo del viento en las copas de los árboles Rosa, su mamá, le miraba atentamente a los ojos y los sentía perdidos, absortos aquí y allá.
-¿Qué haces Alain que no juegas con los demás? – le dijo preocupada.
-Instantes mamá.
-¿Cómo dices hijo?
-Instantes, momentos. Todo está lleno de instantes y necesito atraparlos todos en mi cabeza.
-Tienes mucho tiempo por delante, cielo. Los instantes pasan y se mueren mientras no hagas nada por disfrutarlos.
-No mamá, los instantes son eternos.
Rosa lo miró atemorizada. Nunca había oído hablar así a su hijo. Confusa y dudosa no supo que decirle.
-¿Sabías que la vida es eterna mami?
-¿Eterna? No… la vida tiene un inicio y un final. Todo empieza y todo acaba.
-Pero la vida sigue –dijo Alain pensativo. La gente se va, otros llegan y los
instantes siguen ahí. Este parque seguirá teniendo gritos de niños y el viento seguirá haciendo silbar su canción. He pensado que si atrapo todos estos momentos, serán parte de mí y así podré ser eterno.
-Los gritos quedarán aquí Alain. El silbar de los árboles y el viento y tu canción preferida seguirá sonando en la radio. Nosotros necesitamos hacer cosas, ¡formar parte de ese instante para poder disfrutarlo!
-Ayer soñé algo mami. ¿Quieres que te lo cuente?
-Claro hijo –Le dijo mirándole a los ojos.
-Soñé que era el viento, que era el silbar de los árboles y el murmullo de las
hojas. Soñé que era el ruido de la ciudad y el chorro de la fuente. También fui el atardecer y amanecí junto a los mirlos. Mi cuerpo no estaba pero yo me sentí dentro de cada cosa. Sentí que era eterno. –Mamá-dijo casi llorando-. Si un día no estoy a tu lado, puedes verme en el viento, en el murmurar de los niños y si bebes de la fuente me estarás dando un beso. Porque he atrapado cada momento para estar en él.
Rosa lloró. Sus lágrimas cayeron lentamente por su mejilla y Alain observó una vez más ese detalle para atraparlo consigo.
Alain tocó con la yema de sus deditos las lágrimas de Rosa y le dijo –También estaré en tus lágrimas mamá- .
-Despierta Rosa- Dijo Daniel mientras tocaba con sus dedos la mejilla de su mujer que aún no conseguía despertar del sueño.
-¿Qué has soñado? Estabas llorando.
-Alain – susurró Rosa.
-¿Quién es Alain?
-Es nuestro hijo cielo. Aunque no lo creas, he conocido al que será nuestro hijo. Se llama Alain y será un niño muy especial.
-Mi amor, aún queda un mes para los nueve meses. Solo ha sido un sueño.
– No, no ha sido un sueño cualquiera. Ahora sé que nuestro hijo será eterno y será del viento y del agua de la fuente, del murmurar de los árboles y del sonido de la ciudad.
Al cumplir los nueve meses, Rosa dio a luz un precioso bebé de ojos azabache que apenas lloró al nacer. Una enfermedad degenerativa se lo llevó a los dos añitos de vida, parando su corazón antes de tiempo. Pero Alain siguió con Rosa, en cada susurro, en cada amanecer, en cada lágrima… Alain fue así, para siempre eterno.
(c) Mensajes con Sentido
Publicado en Poemia Laurel (ahora inactiva)
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